Vivimos rodeados de tecnología. El debate sobre el uso saludable de pantallas en casa es constante, tanto en los hogares como en la escuela. ¿Prohibimos? ¿Dejamos barra libre? Para mí, la clave está en el equilibrio y en una gestión consciente, sin extremos ni recetas mágicas. No se trata de prohibir por prohibir ni de permitirlo todo. Se trata de acompañar, poner límites claros y, sobre todo, educar en el uso responsable de la tecnología. Son solo reflexiones personales de alguien que lo vive cada día como docente y como parte de una familia, buscando siempre ese difícil punto medio.

El reto diario: pantallas presentes en cada rincón
Las pantallas forman parte de nuestra vida diaria: móvil, tableta, ordenador y televisión están siempre a mano, y no solo para los adultos. Los niños y niñas las ven como una ventana abierta al mundo: a través de ellas pueden descubrir, aprender, jugar, conectar con amigos o familiares e incluso calmarse después de un día intenso. Para muchos, las pantallas son, sencillamente, un elemento más de su entorno, casi tan habitual como una silla o una lámpara.
A menudo, además, las utilizan para aprender cosas nuevas, buscar información sobre sus intereses o reforzar contenidos que han visto en clase.
También se divierten, se entretienen y, por qué no, a veces encuentran en un vídeo o en un juego ese respiro que todos necesitamos.
Pero, como todo, las pantallas también tienen su otra cara. Cuando no existe una gestión consciente en casa, pueden acabar ocupando demasiado espacio en el día a día. Es fácil que, sin darnos cuenta, sustituyan momentos de juego activo, conversación o simplemente tiempo en familia.
Si no ponemos ciertos límites, pueden aparecer los típicos conflictos: discusiones por los horarios, peleas entre hermanos por el control del mando o incluso el famoso “cinco minutos más” convertido en media hora.
Por eso, aunque las pantallas sean parte de nuestra realidad y nos traigan muchas ventajas, necesitan un uso pensado y equilibrado. Como en tantas otras cosas, la diferencia la marca la manera en la que las gestionamos.
Lo importante es no perder de vista que, detrás de cada pantalla, hay una oportunidad para educar en autonomía, responsabilidad y sentido común.
Ni prohibir ni dejar hacer: la clave está en la gestión.
No soy partidario de los extremos. Lo he comprobado tanto en el aula como en casa: imponer prohibiciones totales con las pantallas solo genera ansiedad, tensión y, muchas veces, el efecto contrario al que buscamos. Los niños y niñas acaban deseando aún más lo que les está prohibido, buscan maneras de saltarse las normas o, directamente, se sienten incomprendidos.
Por otro lado, permitirlo todo, sin ningún control ni conversación, tampoco ayuda. La falta de límites claros puede derivar en el uso excesivo de la tecnología, en la pérdida de rutinas familiares y en más de un conflicto en casa. Cuando no hay reglas, los niños tampoco encuentran un marco seguro para moverse ni aprenden a regularse por sí mismos.
Por eso creo que el auténtico reto está en la gestión consciente. Acompañarles no es vigilar cada segundo, pero sí estar presentes, interesarnos por lo que hacen y mostrarles que hay tiempo para todo. Marcar límites claros no significa decir siempre “no”, sino explicar los motivos, consensuar horarios y acordar espacios libres de pantallas, como las comidas o antes de dormir. Es fundamental que entiendan el porqué de las normas, para que tengan sentido y las hagan suyas.
La gestión también implica ofrecer alternativas reales: actividades que les entusiasmen, ratos de juego en familia, tiempo para aburrirse o para crear. Pero, sobre todo, confío en el aprendizaje progresivo de cada niño y niña. A veces cometerán errores, otras veces pedirán más tiempo del que creemos adecuado, pero en ese proceso de negociación y acompañamiento es donde, de verdad, van aprendiendo a gestionar su relación con la tecnología.
Ideas para familias y docentes sobre el uso de pantallas
A continuación, algunas propuestas para lograr un uso saludable de pantallas en casa sin drama y con sentido común:
1. Definir juntos las reglas
- Conversar sobre los motivos para poner normas.
- Decidir horarios y tiempos de uso, adaptados a la edad.
- Pactar zonas sin pantallas, como la mesa o la hora de dormir.
2. Dar ejemplo y compartir momentos
- Que los adultos también se impliquen: menos móvil, más presencia.
- Compartir series, juegos o vídeos y hablar sobre ellos.
- Fomentar actividades familiares sin pantallas: cocinar, juegos de mesa, leer juntos.
3. Alternativas atractivas y tiempo libre de calidad
- Tener siempre opciones interesantes: manualidades, deportes, retos en familia.
- Animar a los niños a proponer actividades que les gusten.
- Valorar el aburrimiento como fuente de creatividad.
4. Educar para la autonomía y el autocontrol
- Hablar sobre los riesgos y beneficios de las pantallas.
- Enseñar a elegir contenidos de calidad y a identificar la publicidad.
- Acompañar poco a poco para que aprendan a autogestionar su tiempo.
Reflexión: educar en la gestión, no en el miedo.
El mundo digital está aquí y no va a desaparecer. Podemos mirar a otro lado, resistirnos o incluso asustarnos, pero la tecnología ya forma parte de la vida de nuestros hijos e hijas desde edades muy tempranas. Como familias y como docentes, nuestra misión no es vigilar cada minuto ni levantar muros frente a las pantallas. Creo que lo importante es acompañar y enseñar a convivir con la tecnología de manera saludable y equilibrada.
Tenemos, además, una oportunidad única: mostrarles que la tecnología —incluida la inteligencia artificial— también puede equivocarse. No es infalible. Si logramos que vean que los errores existen incluso en la tecnología más avanzada, les animaremos a desarrollar un juicio crítico y una mirada más creativa ante lo que ven y usan cada día.
La clave está en enseñarles a disfrutar del mundo digital, pero también a desconectarse y buscar otras fuentes de bienestar. No se trata de demonizar las pantallas ni de temer a la inteligencia artificial, sino de educarles para cuestionar todo, también aquello que parece incuestionable porque “viene de una máquina”.
Así, les estaremos dando herramientas para analizar, comparar, decidir y no aceptar ciegamente cualquier mensaje o información, sea quien sea quien lo diga, humano o algoritmo. Si conseguimos que se pregunten “¿esto será verdad?”, “¿puedo contrastarlo?” o “¿hay otra manera de hacerlo?”, habremos avanzado mucho.
En definitiva, el objetivo es formar personas autónomas, responsables y con espíritu crítico, capaces de convivir con la tecnología, de aprovechar sus posibilidades, pero también de señalar sus límites.
Porque el futuro, sin duda, será digital, pero la diferencia la seguirá marcando el pensamiento humano. Al menos, eso es lo que opino yo.